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Comedido y humilde pero a la vez grande e imponente como sus propias esculturas, siempre ha privilegiado una actitud modesta cuando se trata de hablar de él mismo. Ousmane Sow nació en Dakar en 1935 y viajó a la edad de 22 años a París, donde se instaló para dedicarse a la ‘profesión’ que reivindica como la primera. Y no fue hasta tres décadas después, en los ochenta, cuando su nombre pasó a ser realmente conocido en el mundo del Arte, permitiéndole así dedicarse en cuerpo y alma a su gran pasión. Pero la verdad -él mismo lo ha explicado en innumerables ocasiones- es que esculpir siempre formó parte de su vida, desde su más tierna infancia. En las playas de Dakar recogía de niño piedras para modelarlas y fue por entonces cuando su profesor le diría aquello de «tienes un instinto de escultor».
Hay, sin embargo, una estrecha relación entre la fisioterapia y la escultura; la primera la considera el artista una especie de entrenamiento para la segunda. Su larga experiencia como fisioterapeuta le ha servido a la hora de desarrollar su técnica plástica: cuando la inspiración se bloquea o no sabe qué dirección seguir en el proceso de creación, Ousmane Sow dice que a veces le basta con cerrar los ojos y palpar la fisionomía de sus personajes para saber qué camino seguir. Pero también a través del conocimiento de la anatomía, según ha explicado él mismo, ha conseguido desechar el mito del cuerpo o del ‘hombre perfecto’. «En mis casi treinta años ejerciendo jamás he conocido un cuerpo humano que sea perfecto«. Todos son diferentes. Diversos.
Ousmane Sow, escultura y humanismo
No hay dos esculturas de Sow que sean iguales. Todas y cada una de ellas parecen encerrar un alma humana bajo esa mezcla de hierro armado, tejido de yute y tierra que constituye la materia prima de las creaciones. El de Dakar utiliza esa mezcla; él mismo la prepara y conoce el secreto de la fórmula mágica para rellenar y dar vida, bajo sus dedos, a estos seres colosales de casi dos metros y medio. Mirándolos se diría que están vivos, que son reales, obviando sus imperfecciones y rugosidades. Cada figura transmite una intensidad de sentimientos; deseos, desesperanza, duda, reflexión (…)
El punto de partida de la fama mundial de Ousmane Sow fue su exposición al aire libre en el Puente de las Artes de París. Fue en 1999 y se calcula que nada menos que 3 millones de visitantes pudieron apreciar sus magníficas obras dedicadas a etnias como los zulús, los masai, los nuba o los peul. Pero no sólo africanas: una de sus series más conocidas es la que evoca la batalla de Little Big Horn, ganada por los indios de Norte América. Guerreros y luchadores anónimos que representan la resistencia y cuyo valor va más allá de la pertenencia a una raza o un continente.
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En su intervención en el evento independiente TEDx Concorde 2012, Sow recuerda, como una anécdota, el reproche que le hacía por teléfono el presidente senegalés: «¿Por qué estás haciendo ahora indios? ¡Nos quedan todavía africanos!«, a lo que el escultor contestó, mostrando la determinación y seguridad que guarda bajo la aparente calma: «Escucha: (…) en primer lugar, yo no pido la autorización a nadie para realizar mis obras. Y si tú de verdad quieres seguir con la serie de los africanos, pues ven a mi casa, yo te doy lo que necesites y lo haces tú mismo.»
Hoy y desde hace ya un tiempo, Ousmane Sow trabaja en su serie sobre los Grandes Hombres. Esta vez sus figuras salen del anonimato para representar a individuos que han marcado la Historia y que constituyen una fuente de inspiración para el senegalés: Victor Hugo, Nelson Mandela, Charles DeGaulle y el propio padre de Sow, éste último reconstituido a partir de memorias visuales únicamente y al que el artista estuvo muy unido hasta su muerte.
En su discurso de entrada en la Academia, sus palabras también se dirigieron a grandes hombres, pero sobre todo al pueblo africano:
«Como mi colega y compatriota senegalés Léopold Senghor, elegido para la Academia Francesa hace treinta años, soy un africanista. Con este espíritu, dedico esta ceremonia a África entera, su diáspora y también al gran hombre que acaba de dejarnos, Nelson Mandela.«