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cultura africana contemporánea

Crónica del Festival de Músicas do Mundo de Sines 2014

Un año más, afribuku ha vuelto a tener el placer de asistir como medio invitado al Festival de Músicas do Mundo de Sines, una cita que se ha vuelto indispensable en la Península a fuerza de traer, durante dieciséis años ya, a artistas de enorme calidad y que escapan al etiquetado musical simplista.

Situado en la ciudad portuguesa de Sines, la misma que vería nacer al navegador Vasco da Gama, el lema del festival es también presentar «música con espíritu de aventura«. Y aunque bien es sabido que no estamos del todo a gusto cuando se precinta con el rótulo de «músicas del mundo», la cuidadísima selección de artistas propuestos obliga a dejar de lado este tipo de reparos. El FMMS tiene además la virtud de contar con un ambiente casi perfecto, con dos localidades, Porto Covo y Sines, y dos escenarios en la última, uno en el atinguo Castelo medieval, para una audiencia con billete en mano, y otro en la Avenida da Praia, abierto a todo el público.

La Cámara del municipio de Sines sigue apostando año tras año por la Cultura, demostrando que las ofertas de este tipo no están reñidas con consideraciones financieras, y eso es de agradecer en los tiempos que corren. La vida de la localidad se transforma literalmente en los once días -nada menos- que dura el festival, con una consecuencia directa: visitantes contentos, rentabilidad para los residentes.

Nuestro equipo se decantó de nuevo por el segundo fin de semana, pues reunía el máximo de figuras africanas. A continuación, la crónica de una convocatoria que se ha ganado el renombre internacional a pulso.

Jueves, 24 de julio

Mulatu Astakte ® Felipe Carvalho
Mulatu Astakte ® Felipe Carvalho

Comenzamos nuestro primer día viendo uno de los conciertos más esperados, el del legendario Mulatu Astakte, que llegaba presentando su último álbum, Sketches of Ethiopia, con una alusión al mítico título de Miles Davis. A pesar del nombre, el disco tiene mucho de las  influencias latinas del Nueva York que conoció Astakté y durante el directo se esfuma aun más la línea etíope. El padre del ethiojazz y su vibráfono quedaron en un segundo plano frente al gran grupo de músicos que, más que acompañarlo, lo eclipsaron sobre el escenario. Sólo el derroche de energía de su banda y clásicos como Yekermo Sew o Emnete acabaron salvando el concierto más esperado de la noche. En el mismo escenario del Castelo y con un giro de tuerca de 180 grados, apareció el inclasificable Nástio Mosquito, apropiándose del escenario con una presencia teatral y un espectáculo audiovisual que nos transportó lejos del concierto anterior.  A caballo entre la música, la performance y casi la comedia de cabaret, era a priori uno de los directos más difíciles, pero el angoleño se siente como en el salón de su casa sobre un palco, y eso se irradia. Nástio Mosquito supo conectar con el público, tal vez gracias al idioma, y fueron fastuosos el inicio y el cierre de su recital, con una voz y una atmósfera que rozaban un directo de rock. El último grupo del castillo fue el de la canadiense de origen haitiano Melissa Laveaux, que sustituyó a última hora al nigerino Mamar Kassey. Laveaux expuso su propuesta de pop rítmico escoltada por una banda que le hizo poco favor, o quizás fue ella quien los perjudicó: Las constantes descoordinaciones de la cantante con los miembros y unos saltos entre canciones poco coherentes hicieron que el público tuviera la sensación de asistir a un directo interminable. La canadiense tiene un potencial grande y una voz poderosa, que recuerda demasiado a la de la nigeriana Asa, pero aún necesita mucha experiencia antes de terminar de cuajar y encontrar su estilo único. Con un poco de suerte, será para el tercer LP. La noche se vistió de fiesta justo después, en el palco de la Praia, con el rock psicodélico y cumbiero de los Meridian Brothers. Los de Bogotá mezclan tradición con una insólita mezcla de ritmos de los 70, perfectamente dirigidos por su estrambótico frontman, Eblis (que no Elbis, como se empeñan en llamarlo algunos), y hasta se arrancaron con una versión imposible del Purple Haze de Hendrix. Después de semejante locura, pasadas las cuatro de la madrugada, fue complicada la actuación del virtuoso del sitar Niladri Kumar. Ni tan siquiera interpretando clásicos como la banda sonora de El Padrino pudo el indio atraer la atención de un público que tenía más bien ganas de bailar. La organización debería plantearse presentar otro tipo de músicas a esas horas intempestivas, por el bien de los músicos y del público.

Viernes, 25 de julio

Mohammed Reza Mortazavi _ Foto de Felipe Carvalho
Mohammed Reza Mortazavi ® Felipe Carvalho

Nuestra segunda jornada comenzó en el Castelo poco antes del atardecer, envueltos por el olor del junco y el «mantrasto» que la organización esparce por el suelo a cada inicio de conciertos. El primero fue una representación de la música transmontana portuguesa de la mano de Júlio Pereira y su cavaquinho, una guitarra de cuatro cuerdas que es la madre directa del ukelele. Por su simpatía y su sencillez, Pereira y los suyos se metieron al público en el bolsillo y dedicaron incluso una canción bautizada con el nombre del festival. Ya pueden estar contentos en Sines. Con el buen cuerpo que nos dejaron, nos dirigimos sin perder un segundo a uno de los directos que más nos intrigaba, el del iraní afincado en Berlín Mohamed Reza Mortazavi. Conocemos bien la versatilidad de las percusiones orientales, pero la actuación del solista sobrepasó todas nuestras expectativas. Entre Mortazavi y el tombak o el daf parece no haber límites; músico e instrumentos se funden en uno solo, embelesando a los oyentes con melodías místicas que invaden todo como si de un grupo entero se tratase. Cuando uno cree que ya no es posible sacar más ritmos o sonoridades de las percusiones, el germano-iraní lo hace dejando a todo el mundo al borde del delirio. Para la anécdota: nuestro equipo llegó a ver a algunos asistentes llorar. Ahí queda eso. La noche se abrió con más tradición portuguesa con la nueva voz destacada del fado, Gisela João que, dejando de lado su indudable carácter, nos hizo echar de menos a otras y otros fadistas con una interpretación emotiva más extrema. Una de las grandes sorpresas de estas tres noches en Sines llegó con el trío del armenio Tigran,  que baraja entre sus cartas jazz, electrónica y acordes tradicionales, combinándolas de manera magistral y favorecido enormemente por lo compacto de su trío: un bajista, un baterista y el armenio al piano y la mesa de sonido que, se nota a leguas, tienen muchas tablas y muchos directos juntos y que consiguieron encandilar al público. Armenia nos regala cada tanto una figura de la vanguardia musical, con cuentagotas, eso sí, y Tigran nos parece sin duda la nueva cara del país a seguir muy de cerca. Las puertas del Castelo no cerraron sin antes dejar pasar por él a Anthony Joseph, originario de Trinidad, que combina la música con la poesía y la enseñanza en la universidad. Su concierto comenzó débil, con una subida que nunca parecía llegar, y en algún punto su spoken word con un discurso político lleno de lugares comunes llegó a cansar un poco a un público que se impacientaba. Por suerte, las influencias caribeñas de su jazz acabaron por tomar la delantera y Anthony Joseph hizo bailar a todas las criaturas allí presentes. La noche acabó para nosotros en la avenida de la playa con la única representación africana del día, Mo’kalamity & the Wizards, de la cantante Mónica Tavares,  nacida en Cabo Verde pero que ha residido en Francia durante la mayor parte de su vida. No somos los mayores fans del reggae; con todo, nos quedamos un poco para escuchar la cálida voz de la vocal a ritmo de roots reggae, aunque decidimos pronto ir a descansar para el día fuerte del festival.

Sábado, 26 de julio

Público_FOto Felipe Carvalho
El público del Castelo ® Felipe Carvalho.

El último día de la 16ª edición se anunciaba como el más ansiado de todos y, de hecho, la taquilla pudo descansar antes de tiempo colgando el cartel de completo. La tarde abrió con otro de los muchos grupos portugueses que pueblan el cartel, los Soaked Lamb, que hicieron calentar motores para una larga noche a ritmo de swing y blues revisitados, eso sí, sin grandes innovaciones. En la Avenida da Praia, aguardamos impacientes la llegada del primer plato fuerte del día, Smadj Fuck the DJ o, lo que es lo mismo, el gran Jean-Pierre Smadja con su laúd electrónico capitaneando un grupo de cuatro músicos de primer rango: un mc sudafricano, una intensa voz tradicional marroquí y un saxofón desde Francia que nos hicieron ver la puesta del sol de manera palpitante. El tunecino Smadja lidera una escena musical que tiene por vocación desarrollar el laúd y otorgarle un lugar en estos tiempos revueltos, y lo hace canónicamente, pero aún no ha obtenido el merecido reconocimiento. Con la noche encima, empezaba en el Castelo el concierto de la esperadísima Fatoumata Diawara, que nos pilló ya comenzado y con un recinto lleno. No sabemos si fue por la distancia desde la que lo vimos o porque Smadj nos había dejado con hambre, pero Fatoumata en su dúo con el pianista Roberto Fonseca nos sonó un puntito comercial y corriente. Es evidente la calidad del piano de Fonseca y, por supuesto, la voz de la maliense, que se hace rodear por muy buenos músicos, pero los dos sonaron a cansados y Fatoumata se dio menos de lo acostumbrado en el escenario. Su fusión cubano-maliense nos parece poco atrevida. Esperemos que el talento de Fatoumata no haya empezado a instalarse en una zona de confort ocupada sólo en garantizar amplias ventas. Los directos que seguían le hicieron sombra. Desde el momento en que subió al escenario, Angélique Kidjo consiguió electrizar al público con su actuación de diva cercana. Su voz suena exactamente igual que hace unos 30 años y, a juzgar por cómo es capaz de bailar y saltar, se conserva más que bien. Puso en la caldera todos los ingredientes para que su paso por Sines fuera inolvidable: hizo de oradora militante, bailó en el escenario dejando a todos boquiabiertos, se dio un verdadero baño de masas bajando hasta el mismo público y, para éxtasis de los asistentes, sacó al pueblo llano a bailar al palco. Grande, Angélique. El final de fiesta perfecto en el Castelo se lanzó con fuegos artificiales y los sonidos del grupo israelí y estadounidense Balkan Beat Box, que llevan diez años haciendo saltar a los presentes a ritmo de un  híbrido de sonidos mediterráneos sobre una base urbana, entre hiphop y electrónica, propia del Nueva York que vio nacer a la banda. Durante el concierto de BBB, un grupo de asistentes decidieron ondear o, mejor, «apuntar» al grupo con una bandera palestina y una pancarta llamando al boicot, a la vez que gritaban con bronca hacia el escenario. Consideramos un acto altamente insultante que un grupo de música se vea abucheado únicamente por su origen; muy mal ejemplo en el contexto de un festival de «músicas del mundo». Por suerte, el público que, quitando ese grupúsculo, sí tenía claro a qué venía, coreó y bailó hasta la extenuación el repertorio, obligando a los músicos a volver al escenario en más de una ocasión. En la playa, clausuraron el Festival dos grupos para la audiencia a la que le quedaba energía: Jagwa Music, desde Tanzania, con una base rítmica a unas revoluciones tan altas que el público europeo no consiguió llegar a captar completamente, y los dos djs de Acid Arab, mezclando house con melodías árabes.

Nos queda sólo, y una vez más, volver a recomendar fervientemente el Festival de Músicas do Mundo de Sines, por el emplazamiento y por un cartel que año tras año ha forjado el renombre de la cita.

Os invitamos a ver la galería de fotos de algunos de los mejores momentos del FMMS, captados por nuestro colaborador Filipe Carvalho. Hagan clic aquí

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