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Estrenada en Francia el 28 de septiembre, Fuocoammare, más allá de Lampedusa logra transmitir el drama de los inmigrantes en el Mediterráneo jugando con la carta del cine por encima del sentimentalismo o la mera información.
Oso de Oro en el Festival de Berlín, estrenada en más de 50 países, Fuocoammare tendrá más impacto que la frágil y ambigua Simshar estrenada 15 días antes en las salas francesas. Es alegre: como Samuele, el niño de 12 años que aparece, esta película nos propone despertar nuestra mirada perezosa con sutilidad y sensibilidad. Es un documental, que también inauguró los États Généraux du Film Documentaire de Lussas. La escena en la que el médico le dice a Samuele que tendría que taparse el ojo activo para abrir el ojo dormido no es ficción escrita sino captada en el momento. Sin embargo, los personajes que destacan podrían ser ficticios, como el locutor de radio que responde a las preguntas de los habitantes de esta isla de 10 km cuadrados en la cual han llegado unos 400.000 inmigrantes en 20 años, o quizá el submarinista que antes de sumergirse inspecciona el agua por temor a encontrarse algo.
Samuele confecciona un tirachinas al principio para lanzarle piedras a los pájaros y les habla de la película: ocurre algo que compartimos profundamente, un aprendizaje, un cambio de mirada. Y con ese propósito Pietro Bartolo nos ayuda de forma singular. Este médico, director del pequeño hospital de la isla, supervisa los cuidados médicos de urgencias aplicados a los inmigrantes y refugiados que cruzan los 110 km que separan la isla del norte de África en embarcaciones precarias. Ha visto partir a 15.000 hombres, mujeres y niños que han perdido la vida, a menudo deshidratados al fondo de la bodega o en un naufragio. Con simplicidad y pavor, comenta la foto de un barco sobrecargado y dice que no puede habituarse a esta angustia.
Son estos los personajes que nos conducen poco a poco a mirar de frente la bodega de uno de estos barcos repleta de cadáveres durante treinta terribles segundos. Ver no es mirar, no estamos delante de la tele que siempre destila las mismas imágenes cuando se producen grandes naufragios. Ver, es sentir, percibir el exterior, lo que no podemos ver y que es la realidad de este drama, vergüenza de una Europa que se rodea de muros y escándalo de un mundo a dos velocidades.
Fuocoammare (mar en fuego) es el título de una canción popular que todo el mundo tararea en la isla, recuerdo de un bombardeo a un barco italiano por parte de los aviones británicos a lo largo de la isla durante la guerra. Ese mar que se vuelve rojo evoca a la abuela, los habitantes no la ven, igual que nosotros no nos comunicamos con los inmigrantes: sus embarcaciones son interceptadas en el mar por embarcaciones militares que los transportan y los conducen al puerto, de donde los llevan a un centro de detención, son identificados y controlados y después transportados a hotspots de Sicilia o de la metrópolis italiana.
Gianfranco Rosi trabaja solo: dirige, maneja una cámara ligera, capta el sonido. “Cuando cojo la cámara, creo un mundo”, afirma. Como todo buen fotógrafo, busca captar el antes y el después del momento filmado: “lo que ustedes no ven es tan importante como lo que ven”. De este modo, la cuidada estética de la película en la que los silencios y la luz del invierno juegan un gran papel, responde al deseo de cuestionar la mirada, porque con Samuele despertamos nuestro ojo perezoso y nos hacemos adultos.
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Este artículo fue originalmente publicado en Africultures.
Traducción: Alejandro de los Santos Pérez.