Autor: Kamau Muiga
El autor keniano indaga en las imposiciones del poder colonial para desvelar las raíces de la homofobia en África. Y afirma tras consultar varias fuentes antiguas que las prácticas homosexuales por parte de hombres y mujeres eran habituales en el continente en la era precolonial.
Recientemente, el Tribunal Superior de Kenia rechazó una petición de despenalizar los actos sexuales entre las personas del mismo sexo. El proceso de litigio se caracterizó una vez más por las frecuentes referencias a la «cultura africana». Una de las partes interesadas en el caso era Irungu Kangata, senador del condado de Murang’a, cuyo interés en la petición era «asegurar la diversidad de la cultura keniana en su rechazo común a la homosexualidad». Kangata argumentó ante el tribunal que «ninguna de las comunidades o la cultura keniana adopta la homosexualidad que, históricamente, se ha castigado con el ostracismo o la muerte», y que despenalizar la homosexualidad sería «violar el derecho a la preservación de su cultura».
Al doblar cualquier esquina homofóbica en África, te encontrarás a buen seguro con una delirante celebración de la «cultura africana». El presidente keniano Uhuru Kenyatta, mientras se encontraba al lado del presidente Obama en 2015 en una rueda de prensa en Nairobi, declaró que la homosexualidad era algo que «nuestra cultura» no acepta, haciéndose eco de las declaraciones del excéntrico Robert Mugabe, el depuesto líder zimbabuense, quien, hablando ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York ese mismo año, anunció que los africanos «rechazan los intentos de prescribir «nuevos derechos» que son contrarios a nuestros valores, normas, tradiciones y creencias». Es la advertencia comúnmente repetida a los blancos de no infringir la auténtica cultura africana, que no tolera la homosexualidad desde tiempos inmemoriales.
Desde que Europa colonizó África a lomos de la propaganda imperial de la «Misión Civilizadora», Occidente siempre ha sido visto como un enemigo de lo consuetudinario, un salvador modernizador que rescata a una África reticente de las fauces de una existencia tribal. En esta narrativa, los africanos precoloniales vivían en unidades tribales corporativas caracterizadas por una lengua, una cultura, un parentesco, una pertenencia hereditaria y unas leyes tribales aplicadas a través de jerarquías de poder tribales. Después, Europa se abalanzó sobre ellos y trastocó este orden secular, desmantelando activamente la vida cultural africana y modernizando por la fuerza el continente, lo que hace imprescindible que los africanos de hoy se descolonicen reclamando y protegiendo su cultura «original». Esta narrativa es tan pulcra y eficaz como completamente ficticia.
A pesar de las pretensiones ante la opinión pública europea de que el colonialismo se guiaba por la mission civilisatrice, las potencias europeas se dieron cuenta desde el principio de que una población africana «modernizada» constituiría una amenaza inmediata para el dominio colonial. Una mayoría africana «destribalizada», unida en torno a la conciencia racial, y «civilizada», en torno a los ideales democráticos europeos, desafiaría inmediatamente el control de la minoría blanca. Esta sospecha se confirmó pronto en lugares como las cuatro comunas de Senegal y la Colonia del Cabo en Sudáfrica, donde los africanos «destribalizados», gobernados bajo la ley moderna, comenzaron a exigir la igualdad civil y política respecto a la población blanca. Por lo tanto, Europa recurrió a una estrategia tribal conocida como gobierno indirecto: imponer las divisiones de la mayoría racial afianzando la tribu como base de la vida social, económica y política en África; y mantener a los africanos tribalizados haciendo que las leyes consuetudinarias fueran la base del control colonial.
Esta estrategia sólo tenía un problema: la tribu —como categoría política— no era una característica dominante en la vida sociopolítica en África antes del inicio del dominio colonial. Los grupos etnolingüísticos —personas que compartían una lengua y una etnia— no constituían necesariamente una tribu: no pertenecían automáticamente a una categoría política que definiera los derechos y deberes en función de la identidad tribal. El eminente académico Mahmoud Mamdani en Define and Rule señala que es importante hacer esta distinción:
¿Existía la tribu [en África] antes del colonialismo? Si entendemos por tribu un grupo étnico con una lengua común, sí. Pero la tribu como entidad administrativa que distingue entre nativos y no nativos y discrimina sistemáticamente a favor de los primeros frente a los segundos —definiendo el acceso a la tierra y la participación en el gobierno local y las normas para resolver las disputas según la identidad tribal—, no existía ciertamente antes de la colonización.
Las identidades africanas primarias no estaban vinculadas a la tribu, sino a las sociedades locales, los movimientos religiosos, los clanes, los líderes políticos y las asociaciones de artesanos, o como dice el historiador Terence Ranger en The Invention of Tradition:
Casi todos los estudios recientes sobre el África precolonial del siglo XIX han subrayado que, lejos de existir una única identidad «tribal», la mayoría de los africanos entraban y salían de múltiples identidades, definiéndose en un momento dado como sujetos a ese jefe, en otro como miembros de ese culto, en otro momento como parte de este clan, y en otro como iniciados en ese gremio profesional… Los límites de la política «tribal» y de las jerarquías de autoridad internas no definían los horizontes conceptuales de los africanos.
En la imaginación europea, esta imagen étnica desordenada del África precolonial del siglo XIX era una desviación perversa de una África «verdadera» y «original» que se caracterizaba por tribus delimitadas y puras que vivían juntas en su territorio definido bajo una ley consuetudinaria y una jerarquía de poder comunes. Y lo que es más importante, era un inconveniente para su estrategia de administración tribalizada en África. Por lo tanto, lo que siguió en los albores del control colonial fue un esfuerzo por «restaurar» la verdadera África, definiendo claramente las tribus originales, sus tierras natales y sus leyes consuetudinarias, un esfuerzo de colaboración que utilizó a misioneros, exploradores, agentes gubernamentales y antropólogos.
Los grupos etnolingüísticos se designaban como tribus. Los igbos pertenecían a una tribu igbo; los kikuyus, a una tribu kikuyu; los chewas, a una tribu chewa. Se designó una patria para cada tribu definida, y la identidad tribal se convirtió en una categoría legal. La libertad de movimiento y asentamiento en las tierras natales de las tribus estaba muy regulada. Una autoridad nativa, respaldada por toda la fuerza del poder colonial, fue puesta a disposición de cada unidad administrativa tribalizada para hacer cumplir el derecho consuetudinario por la fuerza. Los británicos se apropiaron de los jefes «nativos» donde pudieron encontrarlos, y los inventaron donde no pudieron encontrarlos. Los franceses destruyeron todas las autoridades indígenas y las sustituyeron por nuevos cuadros administrativos, pero seguían teniendo la misma función: hacer cumplir el derecho consuetudinario por la fuerza.
Para entender lo absurdo que fue tribalizar a los grupos etnolingüísticos en África, habría que empezar por imaginar algo así como que una potencia colonial no blanca llegara a Suiza hoy en día y decidiera instituir un gobierno tribalizado en el país para subyugar a la mayoría blanca. Los suizos franceses son designados como una tribu; los suizos alemanes, como otra tribu; los suizos italianos, como otra tribu. A los romaníes simplemente se les deja sin designar y se les indica que se conviertan en alemanes o italianos. Los agentes gubernamentales, los misioneros y los antropólogos se ponen a trabajar para descubrir y documentar las antiguas leyes consuetudinarias «originales» de las tribus. Se designa una patria para cada tribu en las regiones occidental, central y sudoriental del país; se implanta una autoridad nativa en cada región para hacer cumplir el derecho consuetudinario por la fuerza; y la libertad de movimiento y asentamiento se limita a la patria de la tribu.
Esta tribalización de África ni siquiera se limitaba a grupos etnolingüísticos singulares. A veces se designaba como una sola tribu a varios grupos etnolingüísticos que vivían en una zona geográfica conocida por un nombre común. Dado que su región era conocida por los exploradores y comerciantes con un nombre común, las comunidades que vivían al noreste de lo que se convertiría en el lago Victoria —que hablaban 18 lenguas, algunas de ellas completamente ajenas entre sí— se definieron como una única tribu, la luhya. Incluso los estados multiétnicos, como el ndebele en el sur de África, fueron designados como una tribu. Esa imagen aleatoria daba lugar a divertidos episodios puesto que había que informar a la gente sobre la tribu a la que pertenecían, como dijo un jefe zambiano: «Mi pueblo no era soli hasta 1937, cuando el Bwana DC [comisionado de distrito] nos dijo a partir de entonces que lo éramos».
Si la tribalización de África podía al menos apoyarse en las diferencias etnolingüísticas visibles, la definición del derecho consuetudinario tribal no gozaba de ese lujo. La reconstrucción de las costumbres «originales» que supuestamente caracterizaban el pasado tribal africano iba a convertirse inevitablemente en un ejercicio completamente aleatorio. No es de extrañar que Terence Ranger afirme que la tribalización de África fue más inventiva cuando se tuvo que definir el derecho consuetudinario:
Las invenciones de mayor alcance de la tradición en el África colonial se produjeron cuando los europeos creyeron respetar la costumbre africana ancestral. Lo que se denominó derecho consuetudinario, derechos consuetudinarios sobre la tierra, estructura política consuetudinaria, etc., fueron de hecho todos inventados por la codificación colonial.
El derecho consuetudinario africano no se estaba definiendo y codificando como una mera curiosidad antropológica. Iba a convertirse en la base del régimen colonial: Las potencias coloniales iban a exigir legalmente a los africanos que cumplieran las leyes consuetudinarias de sus tierras tribales. El derecho consuetudinario codificado iba, por tanto, a ajustarse ineludiblemente a los objetivos de la dominación colonial. El colonialismo era un ejercicio de control autocrático absoluto: Europa mantenía el control en África por la fuerza y no por el consentimiento, por lo que el derecho consuetudinario fue modificado y alimentado para ajustarse a los objetivos autoritarios del dominio colonial. Esto significaba reclutar e imponer jerarquías de dominación para el proyecto colonial en cada nivel de la vida social africana.
De arriba a abajo, se estableció una jerarquía consuetudinaria autoritaria: los oficiales coloniales a cargo de los jefes nativos, los jefes nativos a cargo de los súbditos de la unidad tribal, los ancianos a cargo de los jóvenes, los hombres a cargo de las mujeres. Esta jerarquía consuetudinaria se inventó como el modo de vida africano original y se le dio plena legitimidad consuetudinaria como supuesto refuerzo de la cultura africana. Las «costumbres africanas» se definieron y codificaron en la ley: perdiendo el dinamismo y el cambio continuo que normalmente define a la costumbre y quedando congelada en el tiempo como un artefacto «original»: convirtiéndose en conservadora por definición.
Este artefacto consuetudinario conservador y autoritario se impuso entonces como la norma secular de la «correcta» africanidad: la adhesión inflexible a un código consuetudinario original e inmutable. Los africanos fueron creados como criaturas tradicionalistas y consuetudinarias. Ya que los europeos habían sido tan amables de descubrir la verdadera africanidad para los africanos, ahora iban a enseñarles a ser verdaderos africanos, exigiendo la plena adhesión al derecho consuetudinario redescubierto. Al igual que un comisario de distrito de Rodesia del Norte había descubierto que algunos de los soli no sabían que eran soli, otro comisario de distrito de Rodesia del Sur se horrorizó al saber que los ndebele no sabían ser ndebele, como narra Mahmoud Mamdani en Citizens and Subjects:
Imagínense el horror del comisario nativo [blanco] del distrito de Malema cuando se dio cuenta de que los ndebele no se comportaban como se supone que lo suelen hacer los ndebele: «Nadie tiene respeto por nadie» [informó el comisario], reinaba «un estado de anarquía en el que las antiguas leyes y costumbres vitales y esenciales habían sido olvidadas o barridas» y, horror de todos los horrores, lejos de mantener a la mujer en su sitio, «¡una chica puede elegir a quien quiera, cuando quiera y tan a menudo como quiera! El remedio del comisario fue enseñar a «los ndebele» a ser ndebele llevándoles una versión del Código Nativo de Natal de 1891.
Los ndebele no sabían cómo ser ndebele: los europeos tenían que enseñarles a ser ndebele. A los kikuyu había que enseñarles a ser kikuyu; a los igbo había que enseñarles a ser igbo. Hubo que enseñar a los africanos a ser africanos. Había que imponerles los códigos consuetudinarios redescubiertos para que se convirtieran en auténticos africanos. Tal era la impresionante arrogancia del colonialismo europeo en su intento de tribalizar África.
Si era despreciable que una mujer africana «correcta» eligiera a quien quisiera cuando quisiera, era igualmente despreciable que un hombre africano correcto se acostara con una persona del género que quisiera. Al igual que otros pueblos de cualquier parte del mundo, las comunidades africanas precoloniales solían dar una importancia primordial al matrimonio heterosexual como base de la vida familiar. Pero la vida social africana también se caracterizaba por una diversidad de expresiones sexuales que encontraban salidas fuera de la institución del matrimonio heterosexual. Esto podía adoptar la forma de actividades como los juegos sexuales entre adolescentes no casados, o incluso las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. En su exhaustivo estudio sobre las sexualidades africanas precoloniales, titulado Heterosexual Africa? Marc Epprecht documenta muy bien algunas de estas diversidades sexuales:
…un documento portugués de 1558… observó que la «condenación antinatural» (un eufemismo para referirse al sexo entre hombres) era estimada entre los kongo. Andrew Battell, que vivió entre los Imbangala (en la actual Angola) en la década de 1590, se mostró igualmente desaprobador: «Son bestiales en su forma de vivir, pues tienen hombres vestidos de mujer, a los que mantienen entre sus esposas». Jean Baptiste Labat, basándose en un explorador italiano de la misma región de Angola, también describió una casta de adivinos travestidos conocidos como chibados o quimbandas… En otros lugares de África también hay indicios de hombres africanos que expresaban prácticas del mismo sexo en el lenguaje de la medicina tradicional o de la magia… también había relaciones eróticas tácitas entre mujeres africanas dentro de la rúbrica de la mediumnidad espiritual o la adivinación.
África no fue el único reino precolonial cuya fluidez de expresión sexual atrajo la repulsión puritana europea. La homosexualidad fue denunciada por los exploradores europeos como un «problema» generalizado fuera de Occidente tan generalizado que el célebre explorador Richard Burton consideró que sólo podía captarlo adecuadamente utilizando coordenadas geográficas, como documenta Alok Gupta en This Alien Legacy:
El temor a la infección moral del entorno «nativo» hizo urgente la inserción de disposiciones antisodomía en el código colonial. Una subtradición de los escritos imperialistas británicos advertía de la homosexualidad generalizada en los países colonizados por Gran Bretaña. El explorador Richard Burton, por ejemplo, señaló una «Zona Sotádica» que se extendía alrededor de la mitad del planeta desde los 43° al norte del ecuador hasta los 30° al sur, en la que «el vicio es popular y endémico…». Los codificadores europeos sintieron ciertamente que tenían una misión de reforma moral: corregir y cristianizar las costumbres «nativas».
Esta «corrección» de las costumbres nativas en las colonias se llevó a cabo a través del Código Penal de la India de 1860 y el Código Penal de Queensland de 1899, que prohibían la homosexualidad y que se trasplantaron a las colonias africanas a principios del periodo colonial. Las leyes consuetudinarias de África se configuraron a imagen y semejanza de las sensibilidades sexuales puritanas de Europa, en consonancia con la tendencia general que configuró las costumbres africanas a imagen y semejanza de los objetivos conservadores y autoritarios de Europa. Estas leyes consuetudinarias recibieron una antigua legitimidad cultural y fueron aplicadas legalmente por autoridades consuetudinarias respaldadas por el poder colonial. Los beneficiarios de las jerarquías consuetudinarias revisadas en África —la clase principal, los ancianos, los hombres, toda una «etnia» en el caso de Ruanda y Burundi— estaban muy dispuestos a proteger su poder recién aumentado, reclamando la legitimidad consuetudinaria original para sus nuevos privilegios, dando al nuevo orden un medio interno de autorreproducción.
El afianzamiento en África de la homofobia, las actitudes sexuales ultraconservadoras y la vena autoritaria que rezuma lo que se supone que es la auténtica cultura social africana, son el resultado de un proceso exhaustivo que tribalizó África y aplicó leyes consuetudinarias conservadoras alimentadas para ajustarse a los objetivos de la dominación colonial. Fue más que una simple prohibición de esta u otra actividad: supuso la recreación total de los africanos como criaturas tribales consuetudinarias que siempre se han adherido a tradiciones fijas, inmutables y conservadoras.
El colonialismo no fue un ejercicio de destribalización, sino un ejercicio de tribalización a imagen de un pasado consuetudinario reimaginado. La «cultura africana» es una designación colonial completamente contaminada con motivos coloniales y, por lo tanto, todo el concepto debe ser expuesto por su colonialidad. Ese es el reto del progresismo africano. No existen conjuntos «originales» de normas consuetudinarias que hayan definido a las comunidades africanas durante siglos: África no era un espacio intemporal definido por el estancamiento consuetudinario, y la costumbre y la vida social en las comunidades africanas era tan fluida y cambiante como en cualquier otra parte del mundo.
Cuando un senador keniano comparece ante un tribunal para hablar en nombre de la oposición consuetudinaria a la homosexualidad, no hace más que continuar la práctica colonial de aplicar el derecho consuetudinario «original» en los tribunales nativos. Es una réplica exacta de los agentes consuetudinarios que caracterizaban a los tribunales coloniales en África: un agente colonial en un mundo poscolonial. Uhuru Kenyatta y Robert Mugabe no están diciendo realmente «va en contra de nuestra cultura africana» en sus advertencias a los blancos para que no prediquen los derechos de los homosexuales en África. En realidad están diciendo «va en contra de la cultura africana que nos disteis y pretendemos seguir siendo los africanos adecuados que nos enseñasteis a ser».
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Traducción: Alejandro de los Santos
Artículo publicado originalmente aquí