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Recostado en un cojín sobre la cabecera de la cama, enciendo el flexo y descubro un prólogo de Luis Melgar Valero, uno de los pocos diplomáticos que defiende y promueve la causa LGBT, y encuadra la novela como la primera obra literaria de esta temática en Guinea Ecuatorial. Con él pude intercambiar algunos e-mails unos meses atrás cuando se celebró la I Semana de Expresión Cultural LGBT en Malabo, para entrevistar al dramaturgo Recaredo Siebo Boturu, artífice de una versión de la pieza Bent del estadounidense Martin Sherman, primera propuesta teatral sobre esta cuestión en Guinea Ecuatorial. Prosigo y en la introducción se define a Trifonia Melibea como “nueva – y peleona- voz de la literatura africana en español”. Además, el introductor, Arturo Arnalte, nos da referencias y argumentos de sobra como para zanjar de una vez por todas el eterno debate sobre si la homosexualidad es otra imposición más de los occidentales. Ni lo es ni tampoco lo fue en la etnia de la protagonista de la obra, la fang, como bien testimonió el antropólogo alemán Günter Tessmann a inicios del siglo pasado. Termino de leer las sabias palabras de Arnalte y en la primera página de la novela me sorprende la firme declaración de intenciones de Obono: “Bastarda yo, una mujer fang; bastarda yo, la hija de una mujer fang; bastarda yo, lesbiana”.
En el primer capítulo Okomo, la protagonista huérfana de madre y con padre en paradero desconocido, nos presenta a Osá el Descalzo, que salvando las distancias me recuerda en su actitud inicial al gracioso al que le parece indecente el arroz con leche por Navidad. “Mi abuelo solo se desplazaba a la cocina cuando necesitaba algún favor”. Osá, el patriarca de una familia polígama, dicta las normas, regidas por orden de una tradición ancestral que la protagonista desaprueba, que se repiten automáticamente como el niño que suelta el Credo en Dios Padre Todo Poderoso en clase de catequesis sin entender ni tres palabras de lo que se está recitando. Todo tiene que seguir igual, la cantinela aborrecible de una armonía familiar garantizada por los ancestros, sin sobresaltos ni puntos de interrogación al momento presente. “No quiero que te equivoques como tu madre. Nunca aprendió cuál es el lugar de la mujer en la tradición fang. Vivió con demasiada libertad”.
Con una libertad no entendida vive su tío Marcelo, “hombre-mujer”, como se conoce a quien no sigue las conductas esperables de un hombre hecho y derecho, que no acepta un matrimonio impuesto por la familia. Marcelo vive apartado de los convencionalismos tradicionalistas, más aún desde que decidió incinerar a su padre después de regresar de España, acción repudiada por la tribu por haber quemado, supuestamente, el cuerpo de su progenitor. Okomo se aproxima a su tío, pues es la única persona que la trata con afecto verdadero y quien consigue salir adelante desmarcándose de lo establecido. Ella, hija bastarda, con maneras y actitudes que se alejan de lo que se espera de una mujer fang, se sumerge en los servicios de una curandera arrastrada por su abuela, quien pone todas sus esperanzas en la medicina tradicional para recuperar la atención sexual de un marido más centrado en los encantos de su segunda esposa, mucho más joven. Okomo se ve obligada a trabajar para reunir el dinero suficiente que le permita pagar la pócima que despertaría el deseo sexual de Osá el Descalzo.
En los primeros lances de la novela, Okomo coincide con Dina, amiga del tío Marcelo y quien le informa de que ha sido desahuciado forzosamente de su casa para refugiarse en el bosque, lugar que aparece descrito con el mismo cariz bucólico de la Arcadia evocada por, entre otros, Virgilio, espacio mítico alejado de la civilización, cercano al paraíso donde se permite que cada uno sea tal como es. Lo mismo que la gran ciudad en algunas culturas occidentales, París, Madrid o Nueva York, amasijo de edificios y avenidas donde exiliarse de la mediocridad de la vida provinciana. O unas sábanas de franela entre las que esconderse con un libro de los chistes homófobos y de los talantes machistas de quien no es capaz ni de fregar una sola cuchara. Entre la exuberancia natural del bosque ecuatoguineano, Okomo es conducida por Dina hacia El club de las Indecentes, con quienes participa en una primera experiencia homosexual. Se declara lesbiana en un país en el que ni siquiera existe un término para definir el amor entre dos mujeres. A pesar de que la historia y la literatura local dan muestra de su existencia en el pasado. “¿No me habías dicho que no existe el lesbianismo entre las mujeres negras o era solo curiosidad lo que sentía esa terrible mujer”, se pregunta atónita Ángeles, la mujer española del protagonista de Los poderes de la tempestad de Donato Ndongo ante el acoso de la terrible miliciana Ada nada más aterrizar en el aeropuerto de Malabo. Miliciana que aprovechaba su posición de superioridad para palpar lujuriosamente las intimidades de una blanca.
En toda la narración se manifiesta el carácter indómito de Trifonia Melibea Obono, que con su segunda novela, se ha colocado incluso entre los mejores libros del año 2016 elegidos por Sonia Fernández en África no es un país, entre nombres como Ngugi wa Thiong’o, Achille Mbembe o Mia Couto. Obono narra con absoluta corrección, hila con cadencia los acontecimientos. Aunque debo puntualizar que el cierre me resultó algo brusco, un último capítulo que quizá hubiera podido desarrollar en alguno más. No por meter paja en una novela de 85 páginas, sino porque hubiera sido más coherente con respecto al ritmo de los seis capítulos anteriores. Esto deja de ser una impresión personal dominada por las circunstancias de la lectura, el sentimiento de quien ansiaba que la novela no acabase nunca, de quien esperaba poder cerrar los ojos al rayar del día para despertar bien entrada la tarde y escaquearme por una vez de la comida de Navidad.
La bastarda de Trifonia Melibea Obono
Editorial Flores Raras, 2016
Precio: 13,95 €