Owusu-Ankomah
«Sí, siempre lo he sido. Desde pequeño. Pero me gusta cuidarme«.
Parece que el ghanés disfruta recordando su infancia. Brother Owusu-Ankomah nació y pasó los primeros años de su vida en la ciudad costera de Sekondi, junto a Takoradi. «La decisión de ser pintor es algo que no tuve que plantearme, sucedió naturalmente. De niño me llamaban la atención los colores y las formas, me apasionaba observar la naturaleza y los pequeños detalles que encontraba en ella.» Por ello, mudarse después a la capital de Ghana para realizar su formación en artes plásticas en el Ghanatta College of Arts fue algo consustancial. Lo dice con un tono sereno y despreocupado. Como cuando afirma: «hoy en día no me preocupo por el dinero ni me dejo llevar por la ambición. Correr para escalar profesionalmente, por ejemplo, es algo que he dejado atrás. He comprendido que no es lo importante en la vida.«
Pensar así es quizás más fácil sabiendo que algunos de sus cuadros se subastan por entre treinta y cuarenta mil euros. O que el crítico de arte africano contemporáneo más importante, Okwui Ewenzor, le dedica unas páginas y más que toda su atención en su libro de 2004 «A Fiction of Authenticity«. Sus creaciones han encandilado a empresas como Giorgio Armani o la FIFA, para los que ha ideado diseños. Y sus lienzos viajan por el mundo entero, de continente en continente, y han compartido sala con las obras de artistas tan notorios como El Anatsui o Yinka Shonibare.
Sin duda, sus pinturas tienen el don de cautivar. El pintor utiliza en ellas colores primarios de una manera alegórica. El rojo, «el color de la sangre«, que antes salpicaba casi todos los cuadros, ha dado paso poco a poco a tonos más serenos, como este azul poderoso que baña toda la superficie y que, dice él, representa el espacio. «No me gusta ver mis antiguos cuadros. Hay algo que angustia; las figuras que aparecen están en una especie de lucha.» Pero lo más llamativo son los signos que asaltan sus obras. Están los adinkra, esos símbolos tradicionales de Ghana que representan conceptos y aforismos. Junto a ellos, todos los signos que podamos imaginar, de culturas del mundo entero, como caligrafías chinas, símbolos científicos y otros pictogramas. Otros han sido inventados por el mismo autor. «Son símbolos universales, que cualquier persona debe poder entender.» Cualquiera de hecho, sea de la cultura que sea, puede caer en el hechizo de estas geometrías. «¿Crees que has visto algo? Vuelve a mirar más profundamente«, dice el historiador de arte Moyo Okedji sobre esta serie en blanco y negro. Porque, al observar las líneas y colores, uno va descubriendo las figuras masculinas que están camufladas bajo el tejido de signos. Son cuerpos extremadamente atléticos, casi perfectos; conduciendo la pupila por los contornos de estas siluetas casi se puede sentir su peso y su fuerza. Había leído que Owusu-Ankomah admira la pintura del Renacimiento, en concreto la obra de Miguel Ángel, y en estos cuerpos se hace palpable la influencia.
Es posible pasar horas perdidas delante de estas imágenes, descubriendo el hábil artificio con el que se velan unas figuras bajo otras. Al levantar la vista del catálogo me topo con el pintor frente a mí, completamente imperturbable, y me convenzo de que el personaje escondido de sus cuadros es él mismo. Igual que en las pinturas, el ghanés se confunde perfectamente con su alrededor y pasa completamente desapercibido en esta terraza soleada de esta ciudad, en la que lleva más de treinta años viviendo. «Bremen es una ciudad pequeña y bonita, pero no es un buen lugar para un pintor. Los artistas aquí deben luchar para hacerse un hueco y tampoco existe una vida artística de calidad.» ¿Y por qué seguir viviendo aquí, entonces?. «Llegué a Bremen por casualidad, en uno de mis viajes de estudio. Y la verdad es que me quedé aquí por cuestiones familiares: Conocí a una mujer, me casé y tuve hijos con ella. Más tarde nos separamos. Algún tiempo después volví a compartir mi vida con una mujer, con la que también tuve hijos. Pero las circunstancias hicieron que aquella historia se acabase y desde hace algunos años soy un hombre soltero. Ahora que mis hijos han crecido, creo que pronto volveré a Ghana. Pero de momento no puedo volver, tengo que terminar el trabajo actual.«
Le pregunto cómo trabaja; siempre he sentido curiosidad por conocer cómo viven los demás esos instantes íntimos de creación.
«En este momento preciso no trabajo tanto por placer como por obligación. Llevo muchos meses retrasando el trabajo que tengo que entregar, y ahora me presionan para que termine», me dice con una risa apacible. «A veces me despierto a las tres de la madrugada y me lanzo al trabajo». ¿Qué me cuenta del trabajo en Ghana? «¡Ah! En Ghana no puedo trabajar. Cuando voy allí, más o menos una vez al año, hago vida social, me veo con gente, voy sobre todo para visitar a mi madre, que cumplirá dentro de poco 97 años. Aquí, en Bremen, encuentro la tranquilidad que necesito para dedicarme a la pintura. Aunque no me importaría probar a trabajar en Ghana.» ¿Enseñar a jóvenes artistas, por ejemplo? «También. Si alguien me lo propusiera, estaría encantado de poder hacerlo.»
Pienso en la Ghana que he conocido y en las noticias que me llegan; sin duda es el país un referente para el continente, con una democracia instalada y una economía estable. Pero, ¿qué pasará cuando se empiece a extraer el esperado oro negro? ¿qué impacto tendrá en su sociedad? «Yo también tengo mis temores. Cuando veo el caso de Nigeria… es realmente lamentable. Y creo que la solución para nosotros pasa por unos buenos dirigentes: si nuestros dirigentes son corruptos, estamos condenados.» Le confieso que me cuesta imaginar un escenario feliz y me lo perdona, pues admite que hoy en día es difícil ser positivo.
«Pero el cambio está a punto de llegar.» Y me habla del concepto central de su última serie, el Microcron, que representa universos dentro de universos. Es una corona hecha por círculos que supone la síntesis de todos los símbolos que utiliza y, a la vez, la unidad de todas las creencias e ideologías. La filosofía de su trabajo es intensamente espiritual. Las siluetas humanas se mezclan con los símbolos porque «somos uno con el universo y la naturaleza que nos rodea«. Y los cuerpos no encarnan, según él, más que «la conciencia, la comprensión del universo. Porque no sólo somos carne, somos sobre todo alma«. ¿Una consideración religiosa, entonces? «Yo me he educado en la religión cristiana, que es mi base, pero hoy en día no me considero perteneciente a ese grupo. He sobrepasado la institución para abrazar una creencia más amplia, que lo engloba todo. Ése es el problema en Ghana: la gente da más protagonismo a la institución que a la filosofía.«
La conversación va engarzando unos temas con otros y acabamos tocando el delicado asunto de la etiqueta «arte africano». «Es un término que no entiendo. No veo por qué a un pintor africano hay que meterlo dentro de esta categoría. Si un pintor occidental y un pintor africano dibujaran una flor, la misma flor, y después se mostrase el resultado sin desvelar el nombre de los creadores, nadie tendría la necesidad de poner la etiqueta «arte africano». Dirían simplemente que dos pintores han dibujado una flor. En una ocasión, durante la bienal de la Habana, un espectador me preguntó que qué tenían mis cuadros de africanos. Le dije que él mismo buscase lo «africano» que quería ver en mis cuadros.»
Ayer mismo, un día antes de publicar, alguien me comentaba al enseñarle los cuadros de Owusu-Ankomah que «parecen bastante occidentales». La próxima vez haré el experimento, cambiando el nombre del artista (…)
«Mi obra no se dirige a un colectivo cerrado, es un mensaje de amor y de comprensión dirigido a la Humanidad. Porque es así como veo el arte. Kunst muss die Seele des Menschen bewegen. El arte debe mover el alma humana.»
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Foto de portada: Starkid. 2011. Acrílico sobre lienzo. Foto: Cortesía de October Gallery, Londres. Copyright de Joachim Fliegner.
Más información: http://www.owusu-ankomah.de/
El Anatsui, estrella de la Summer Exhibition 2013 | afribuku.com
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