Especial
Para el manifestante medio que se encontraba en la plaza Tahrir en 2011, la policía egipcia encarnaba el Mal personalizado, toda la represión y la corrupción con la que, durante décadas, había trabajado como instrumento podrido del régimen. Los graffitis, las barricadas y los carteles de las protestas; todos gritan la misma queja feroz: Estamos hartos de este Estado policial.
Por eso, a medida que la Revolución va triunfando, la calle se sacia con represalias contra los miembros del cuerpo, quemando sus vehículos y comisarías y hasta violentando a algunos agentes, muchos de los cuales optan por huir, dejando atrás el casco, la porra, la chaqueta y, en definitiva, todo lo que los pueda hacer reconocibles. Una de esas «fugas policiales» es registrada por la cámara del realizador Mohamed Siam que, en lugar de correr detrás para acribillarlos con piedras, pareciera querer agarrar a uno de ellos por el hombro y pararlo, mirarlo a los ojos y traspasar esa barrera invisible; descubrir qué se esconde cuando cae el uniforme, atreviéndose así a establecer una conversación con el enemigo y dejando la puerta abierta a la posibilidad de encontrar su lado humano. Es ahí donde aparece el protagonista de este documental, Abu Habiba, antiguo policía reintegrado en el cuerpo, un personaje en busca de su redención personal cuya voz y rostro nos servirán de guía por toda la película.
La omnipresencia de Abu Habiba actúa como un imán que nos transporta por primeros planos a la intimidad de su casa y del turno de noche con sus colegas policías. El objetivo se deja fascinar todo el tiempo por su mirada límpida, por la cercanía y ternura de su relación con sus hijos. Entre humo de cigarrillos, sus manos tocan con suavidad los cabellos de los niños y las pistolas de su equipamiento, indistintamente. Imágenes mecidas por la cálida voz de Abu Habiba, que narra los atroces detalles del día a día de la prerrevolución como policía, sincerándose ante la cámara con una precisión y frialdad sorprendentes, arrojándonos a una posición incómoda desde la que, junto al director, nos debatimos entre el deseo de creer en el buen corazón de Abu Habiba y la perturbadora duda sobre hasta qué punto participó activamente en las crueldades que narra.
Junto a ese fantasma, otra sombra más se cierne sobre el realizador, la de su padre fallecido, un opositor al régimen que toma cuerpo en forma de remordimiento cuando Mohamed Siam se pregunta: ¿qué pensaría mi padre en este momento si supiera que me he hecho amigo de un policía?
Mientras tanto, la soñada Revolución no acaba por llegar del todo. Se va metamorfoseando con cada nuevo gobierno que pasa después de Mubarak sin consolidarse nunca: el jefe del ejército, Mohamed Hussein Tantawi; el cabeza de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi; el militar Abdelfatah el Sisi,… Como una alegoría de esa espera próxima a la desesperación y a la desesperanza, actúa la imagen de Abdu Habiba y el resto de colegas durante el turno nocturno, sentados alrededor de una hoguera cuyas brasas no pueden dejar de mirar mientras reflexionan en voz alta y que cada noche amenaza con apagarse demasiado pronto.
Así, la Revolución va cambiando de cara, con cada nuevo régimen arden nuevas expectativas sin que la justicia se alcance nunca. Aunque «justicia» no denomine la misma cosa para todos. Para Mohamed Siam, es la ansiada libertad social; para Abu Habiba significa condiciones laborales y económicas que le permitan llevar una vida digna. Quizás sea esa la única motivación que lo lleva a unirse a la llamada «Revolución Blanca» o a quien quiera que dirija el país. Pero, para hacerlo, le hace falta saber primero a quién pertenece la nación. Hasta que el pueblo sea, de una vez por todas, soberano por fin.
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* En el tráiler del documental, la cara de los protagonistas está borrada por motivos de protección de su integridad y seguridad.
«Whose Country» será proyectada durante el Festival de Cine Africano de Tarifa que tendrá lugar del 28 de abril al 6 de mayo en Tarifa y Tánger. Más información en la página del FCAT.